¿Desastres naturales?
Julia Carabias
7 Ago. 08
Conforme avanza la temporada de lluvias se incrementa la probabilidad de que ocurran fenómenos hidrometeorológicos más intensos que los acontecidos en las últimas semanas. Cuando un evento de éstos sucede y provoca daños a la población humana se le califica como "desastre natural". Sin embargo, el desastre no es natural. Lo único natural del evento es el fenómeno hidrometeorológico en sí, pero no el desastre. Los desastres son un reflejo de lo que hacemos o dejamos de hacer como sociedad frente a una amenaza natural. Dependen de la exposición y fragilidad de las poblaciones humanas, infraestructura y actividades productivas a las amenazas naturales y del grado de organización social e institucional, es decir la "vulnerabilidad construida". Si un huracán pasa por donde no existe población humana no se le denomina desastre natural.
Esta aclaración parecería innecesaria y retórica, pero no lo es. Al comprender que un desastre puede ser prevenido, la sociedad se prepara de manera diferente ante el fenómeno natural. Si bien no es posible controlar un huracán, sí se pueden evitar o disminuir sus impactos negativos.
Además, es un error calificar a estos eventos naturales de nocivos. Sin ellos no llovería en las zonas desérticas, no se llenarían las presas de agua, ni se recargarían los acuíferos. Estos fenómenos naturales son parte del ciclo hidrológico.
El libro Agua y clima: elementos para la adaptación al cambio climático, escrito por Rosalva Landa, Víctor Magaña y Carolina Neri y publicado por la Semarnat y la UNAM, hace un análisis riguroso de la necesidad que tiene el país para tratar la gestión integral de riesgos de origen hidrometeorológico, discute algunos escenarios previsibles y presenta un balance del marco político-institucional y de las oportunidades que tiene México en materia de adaptación al cambio climático.
Los autores señalan que 560 municipios rurales de las costas y próximos a éstas, con una población cercana a 7.7 millones de habitantes, están expuestos a los efectos adversos de ciclones tropicales; cerca de 5.6 millones de pobladores rurales residen en municipios con incidencia de inundaciones, y 7.6 millones de personas viven en zonas susceptibles a sequías, de las cuales 4.6 viven en condiciones de alta o muy alta marginalidad.
La ubicación de asentamientos humanos y sistemas productivos en zonas de alto riesgo puede prevenirse con la planeación territorial: los ordenamientos ecológicos territoriales y los programas de desarrollo urbano. Sin embargo, y a pesar de existir un Atlas Nacional de Riesgos, en la elaboración y aplicación de estos instrumentos frecuentemente se pasa por alto la exposición a los eventos peligrosos.
La falta de uso de información climática y de recursos humanos capacitados para generarla y traducirla a acciones concretas es una de las limitantes para lograr una gestión adecuada del riesgo. Los autores plantean que científicamente es posible pronosticar cuando lloverá, pero sólo con tres o cuatro días de anticipación, no más, debido al carácter caótico del clima. Por ello, es necesario traducir los pronósticos, meteorológico y climático, en términos útiles para distintos usuarios, generar capacidad para aprender a manejar e interpretar la incertidumbre, y con base en ello tomar las decisiones. Menospreciar la información climática y los pronósticos conduce a tomar decisiones poco informadas y aumenta la probabilidad de que las amenazas naturales generen graves impactos negativos.
Si bien los autores señalan que existen avances importantes en el marco institucional de la gestión de riesgos, también reconocen que queda mucho por hacer. El Servicio Meteorológico Nacional es el encargado de generar información. El Sistema de Alerta Temprana ha salvado cientos o miles de vidas humanas. El Sistema Nacional de Protección Civil ha mostrado notables mejorías en las etapas de emergencia, en la reacción y en la rehabilitación posdesastre, pero aún falta mucho en la planeación preventiva, en la coordinación interinstitucional, en el uso de la información y en la articulación entre el ordenamiento ecológico territorial y la protección civil para realmente disminuir el riesgo.
Frente a las amenazas del cambio climático es imprescindible fortalecer el marco institucional y jurídico de la gestión de riesgos. El Sistema Nacional de Protección Civil, por su importancia estratégica en la seguridad nacional, debe convertirse en una institución especializada en la planeación de la prevención y la organización de respuestas ante el riesgo. Debido a que ello implica una función de coordinación interinstitucional compleja, debería tener un alto nivel jerárquico en la administración pública, depender directamente del presidente de la República y formar parte del gabinete para garantizar que las decisiones que se tomen sean puestas en práctica de manera armónica y con prontitud para prevenir los desastres ante los eventos climáticos extremos.
El proceso de elaboración del Programa Especial de Cambio Climático ofrece la oportunidad de fortalecer y construir capacidades de adaptación para que la sociedad mexicana esté mejor preparada ante las condiciones variantes del clima.
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